Según un estudio publicado en 2011 por el Ministerio Medio Ambiente, sólo el 26% de los consumidores conocía las etiquetas y logotipos asociados a los alimentos ecológicos y los consumía de manera habitual. Teniendo en cuenta que el sector de la alimentación ecológica es, con toda probabilidad, el que tiene una mayor repercusión entre la población, el dato no resulta muy alentador para las expectativas de mercado del resto de bienes y servicios respetuosos con el medio ambiente. De hecho, el informe también indica que los consumidores habituales de alimentos ecológicos adquirían entre dos y tres productos de otra índole atendiendo a criterios ambientales y la mayoría relacionados con la energía (bombillas de bajo consumo, electrodomésticos eficientes). ¿Qué pasa con el resto de productos? ¿y con la contratación de servicios?
Actualmente la etiqueta ecológica europea dispone de 28 categorías de productos para las que hay establecidos criterios ambientales. Estas categorías cubren la práctica totalidad de las necesidades de cualquier hogar, incluido el ocio. Sin embargo, ¿cuántos consumidores conocen la existencia de esta etiqueta y saben lo que significa?, ¿cuántos de nosotros la buscamos en los productos que compramos habitualmente?, ¿implica el conocimiento de la etiqueta una mayor probabilidad de adquisición?…, a esta última pregunta el estudio del Ministerio parece indicar que sí, puesto que el 74% de los que reconocían los símbolos asociados a los alimentos ecológicos los consumían de manera habitual. Pero lo cierto es que no parece haber datos disponibles ni en la Unión Europea ni en el Ministerio sobre la penetración en el mercado de los productos ecológicos o sobre el conocimiento que la población tiene de la propia etiqueta.
Si esta es la situación en el ámbito de los productos ecológicos, la cuestión es todavía más alarmante en lo que se refiere a la adquisición o contratación de servicios. Para avalar la preocupación y el respeto por el medio ambiente de las organizaciones que operan en este ámbito están los sistemas de gestión ambiental certificados por entidades independientes. Pero si ya es difícil imaginar a un consumidor comprando un detergente para lavadora con la etiqueta ecológica europea, resulta todavía más difícil pensar en un estudiante que descarte de su lista de universidades a aquellas que no tienen un sistema de gestión ambiental verificado según el Reglamento Europeo EMAS o según la norma ISO 14001.
Todavía queda mucho camino por recorrer para que los consumidores introduzcamos en nuestros criterios de selección de productos y servicios las etiquetas ambientales. Probablemente queda todavía más para que veamos a los alumnos seleccionado universidades con la variable ambiental en mente. Sin embargo, hay un indicador clave que nos dice que vamos por el buen camino y es que más del 80% de los alumnos de la UPV considera que en su entorno universitario hay un alto grado de sensibilización ambiental.