La UPV está otra vez de auditoría interna. Un año más, una vez más, se somete a evaluación nuestro impacto sobre el medio y si nuestro sistema de gestión ambiental es adecuado para controlar y minimizar ese impacto. Son ya muchos años de sistema y muchas auditorías y es innegable que resultan siempre de gran interés, no sólo por las oportunidades de mejora que sacan a relucir sino también porque, no lo vamos a negar a estas alturas, te obligan a ponerte las pilas y enfrentarte a tareas que quizá has estado evitando. Sin embargo, aunque un proceso de auditoría es sinceramente apasionante, he de reconocer que lo que más me gusta es la posibilidad que te brinda para observar el comportamiento humano en una situación que puede llegar a poner a prueba muchas zonas sensibles de la personalidad tanto de auditores como de auditados.
Suele decirse que cada persona es un mundo, pues eso no es menos cierto en este caso: cada auditor/a es un mundo, cada auditado/a es un mundo. Tenemos al auditor «sádico», el estereotipo de toda la vida, el que cuando te encuentra una no conformidad de las buenas parece alcanzar el éxtasis. Tenemos al auditor entusiasta que intenta evitar por todos los medios el enfrentamiento con el auditado y que no para de proponer «cosas para mejorar»: podríais hacer esto…, podríais hacerlo así…, y que te pide disculpas casi por cada no conformidad . Pero los buenos, buenos…, los buenos de verdad son los especialistas en…, llamémoslo «asertividad total», estos te llenan de no conformidades, pero te lo han explicado todo tan bien y te lo han razonado tanto que hasta te vas pensando que no le ha quedado más remedio.
En los auditados he llegado a descubrir dos cosas muy características: por un lado la necesidad de hablar, hablar sin parar, incluso sobre lo que no se les ha preguntado: «… sí, sí, yo en mi casa lo reciclo todo así que aquí también, fíjate si reciclamos que el aceite que cambiamos a las máquinas lo guardamos en botellas de plástico de agua usadas. Y mira, el otro día se nos derramó una y lo recogimos todo y lo volvimos a meter en la botella…» entonces es cuando el auditor pone cara de póquer y empieza: «¿pero a estas botellas de plástico no les ponéis una etiqueta para que se sepa que son de aceite? (primera no conformidad), ¿cómo recogisteis el derrame? (segunda no conformidad) ¿tenéis algún tipo de kit para recogida de derrames? (tercera no conformidad) ¿cuál es el protocolo de actuación cuando se produce un derrame?…» (cuarta no conformidad) etc., etc., etc.;
Por otro lado, me encanta la absurda pero divertidísima necesidad de mentir que tienen los auditados, personas que nunca pensaste que mentirían tan descaradamente caen en el vicio sin siquiera ponerse un poquito colorados: «… No, no aquí no generamos residuos peligrosos…», «¿Y esos bidones de ahí con etiqueta de peligrosos qué tienen dentro?»… «No, no, eso está ahí desde hace un montón de tiempo porque nosotros en realidad no generamos residuos peligrosos»… Vamos que, como dicen en las películas: «niégalo todo», pero de la no conformidad no te salva ya ni la Caridad.